El Palacio de la Aljafería durante la Edad Media. Una historia sentimental
La Aljafería de Zaragoza es uno de los pocos edificios hispanomusulmanes reutilizados tras la ocupación cristiana del territorio que se ha conservado, al menos parcialmente, hasta nuestros días. Su historia está marcada por la disparidad de usos y la sucesión de intervenciones, que incluyen entre otras la adición de barracas militares, la construcción de una fachada neoclásica o la ubicación de las Cortes de Aragón dentro del recinto amurallado en la década de 1980.
El primer conjunto palaciego se erigió en la segunda mitad del siglo XI, cuando Zaragoza era la capital de una de las taifas resultantes de la fragmentación del Califato Omeya. Ninguno de estos reinos consiguió alcanzar la grandeza del Califato de Córdoba, pero los más importantes se convirtieron en los principales focos culturales islámicos de la península. El rey de la taifa de Zaragoza de la época, Abu Yafar al-Muqtadir, construyó una residencia de recreo organizada alrededor de un patio, siguiendo la disposición típicamente árabe consistente en una apariencia exterior austera que encierra salas ricamente decoradas y abiertas a bellos jardines. La construcción principal está rodeada por una muralla con torres, entre ellas una estructura preexistente conocida actualmente como la Torre del Trovador. Esta muralla deja dos espacios abiertos frente a las dos fachadas longitudinales del palacio, que se fueron ocupando con ampliaciones después de la conquista cristiana.
En 1118, Alfonso I de Aragón entró en la Aljafería el mismo día que sus tropas conquistaron la ciudad. El monarca donó el edificio a la Abadía de Lagrasse, y una comunidad de monjes benedictinos se estableció en el recinto. En 1129, el obispo de Zaragoza autorizó la edificación de una iglesia parroquial que desafortunadamente ha desaparecido.
De los siguientes 130 años tan sólo se han conservado unos cuantos documentos históricos sobre la Aljafería, relacionados mayormente con los trabajos de mantenimiento de las acequias. Sin embargo, a partir de la mitad del siglo XIII empieza a aparecer con mayor frecuencia en los documentos producidos en la cancillería real. En 1259 hay por vez primera constancia de un rey de Aragón, en este caso Jaime I, habitando el palacio. A partir de entonces, y probablemente desde mucho antes, se utilizó como residencia real cuando los reyes de Aragón se encontraban en Zaragoza.
En una carta de 1292, Jaime II ordenaba al merino de Zaragoza que reparase la Aljafería porque se encontraba en muy mal estado, por lo que cabe suponer que el edificio se había abandonado relativamente. Nueve años después, el mismo Jaime II nombró maestro y director de obras de la Aljafería a Mahomat Bellito, que heredaba la posición de su padre Jucef Bellito. Según la documentación de la época, Mahomat pertenecía a una familia musulmana de constructores, ya que no sólo su padre, sinó también sus tíos y su abuelo eran maesros de obras en la aljama de Zaragoza y habían trabajado ocasionalmente para los anteriores soberanos aragoneses.
Las primeras reformas significativas de las que tenemos referencia escrita fueron ordenadas por Jaime II. Parece ser que tenía un apego especial por el palacio, que en aquel tiempo debía consistir básicamente en la estructura taifa, y se alojó en él numerosas veces. Durante su reinado llevó a cabo obras generales de mantenimiento, pero también cambios específicos para su comodidad personal, como abrir una ventana con verja en su alcoba, o reparar y acondicionar sus baños.
No obstante, el primer monarca cristiano que mostró una clara preferencia e incluso debilidad por la residencia real zaragozana fue su nieto Pedro IV el Ceremonioso. Pedro dio a la Aljafería el título de Palau Reyal Mayor y llevó a cabo la intervención cristiana más ambiciosa hasta el momento, que incluía la ampliación del edificio hispanomusulmán. La mayor parte de las obras fueron ejecutadas por maestros mudéjares en la década de 1350. Después de este período, la actividad se vio reducida sustancialmente a causa de múltiples dificultades, entre ellas los efectos de la peste negra, una creciente crisis económica y la guerra de los dos Pedros entre los reinos de Castilla y Aragón.
A pesar de la situación, el monarca se aseguró de que las obras continuasen y las supervisó personalmente. Es especialmente representativa una de sus cartas al merino de Zaragoza, donde ordenaba que se sustituyera el pavimento de mármol de una de las salas moriscas, daba instrucciones precisas de reutilizar las baldosas extraídas en la reparación del suelo de otras salas y ordenaba guardar bien las piezas sobrantes para evitar que fueran robadas o se perdiesen.
Pedro IV también mejoró las estructuras defensivas, sustituyó la antigua capilla por una nueva iglesia mudéjar, y reformó la Torre del Trovador. Asimismo, construyó un conjunto de salas en el lado norte, respetando hasta cierto punto la estructura hispanomusulmana. Según los libros de obras estas estancias incluían, entre muchas otras, el palacio de los mármoles, el salón rojo, la sala mayor (comedor del rey), la sala verde, la sala dorada (dormitorio del primogénito del rey), el palacio de San Jorge, el archivo y el oratorio (dormitorio del rey).
Conviene destacar que en sus cartas, Pedro IV diferenciaba claramente las cambras moriscas de la Aljafería del palau per nos ordonat de fer. E incluso tenía dos administradores diferentes, Blasco Aznárez de Borau, quien dirijía las obras del nuevo palacio, y Johan Eximiniz d’Osca, quien se encargaba de las reparaciones y reformas de las salas y jardines de origen taifa. En una de sus cartas, Pedro IV llega a reprender a Borau por interferir en las responsabilidades de Johan Eximiniz.
Durante su reinado, el monarca designó varios maestros de obra para la Aljafería. En la década de 1330 extendió los privilegios anteriormente otorgados a la familia Bellito, cuyos miembros, como se indicaba anteriormente, habían heredado el título de Maestro y director de obras de la Aljafería al menos por tres generaciones. Además, y quizás tras la muerte de Mahomat Bellito, decidió nombrar un nuevo maestro de obras, Jahiel de Terrer, que fue sucedido por Farach Allabar. Farach Allabar era también un maestro de obras musulmán y dirigió las obras del palacio durante más de 25 años. Pedro IV tenía un gran respeto por los maestros de obra y sus habilidades. En 1382, por ejemplo, Farach Allabar y otro maestro moro de Zaragoza fueron convocados en Valencia para aprender una obra de yeso y ladrillo muy provechosa y de poco trabajo que se utiliza en las obras del Real de Valencia.
Es interesante observar que aunque los directores de obras acostumbraban a ser musulmanes, los obreros eran de diferentes comunidades. Tres listas de trabajadores de 1397 incluyen maestros y aprendices musulmanes, así como maestros, aprendices y mujeres de la comunidad cristiana. Por otro lado, en 1373 se ordenó al barrio judío de Zaragoza fabricar y proveer mesas y bancos para la Aljafería. Curiosamente la aportación más representativa de la comunidad judía en el palacio era el cuidado de los leones del rey en la casa de fieras.
Pedro el Ceremonioso tenía una relación complicada con su hijo Juan I, quien acabó las obras anteriormente iniciadas. Su mayor contribución, no obstante, fue la sustitución del complejo sistema heráldico utilizado por su padre. Eliminó toda la ornamentación heráldica preexistente excepto las dos señales reales de la Corona de Aragón, que modificó ligeramente. Además, con el objetivo de reafirmarse como el legítimo heredero frente a los partidarios de la cuarta esposa de su padre, Juan I añadió la cruz de Alcoraz, un antiguo símbolo real aragonés, junto a los emblemas de su esposa y su madre.
Tras el reinado de Juan I y hasta finales del siglo XV sólo se llevaron a cabo obras de mantenimiento en el palacio. La expansión catalana en el Mediterráneo resultó en la creciente ausencia de los reyes de Aragón, que pasaban gran parte de sus reinados fuera de la península, dedicados a la política italiana.
Las cosas cambiaron con la irrupción de los Reyes Católicos en 1479. Tal como acabaría siendo práctica corriente en las cortes renacentistas, los Reyes Católicos dedicaron considerables esfuerzos a construir su imágen pública con la ayuda de los mejores artistas y pensadores de la época. Fundaron muchos edificios civiles y religiosos, pero también se interesaron por algunos edificios de origen hispanomusulmán. No sólo las estructuras nazaríes recién conquistadas en Granada, sinó también la Aljafería.
Fernando benefició a Zaragoza enormemente, en parte porque el arzobispo de la ciudad, Alonso de Aragón, era su hijo ilegítimo. Se llevaron a cabo muchas obras importantes, especialmente en la catedral y en la Aljafería, que sufrió las mayores intervenciones desde tiempos de Pedro IV. Sin embargo, estas obras no responden a un aprecio especial por el palacio, sinó que se enmarcan en una estrategia general consistente en generar arquitecturas monumentales como símbolos de poder.
El palacio de los Reyes Católicos en la Aljafería está plagado de sus escudos y emblemas personales, en particular el haz de flechas de Isabel y el nudo gordiano de Fernando. La heráldica fue adaptándose a la situación política de cada momento, por ejemplo mediante la adición de una granada en los escudos tras la conquista del reino nazarí, o la asociación en las inscripciones del año de expulsión de musulmanes y judíos, 1492, con el año de construcción.
La intervención realizada por los Reyes Católicos es cualitativamente diferente a las realizadas hasta entonces. En primer lugar, todas las nuevas salas se sitúan en una segunda planta accesible a través de una elegante escalera. Las estructuras preexistentes son mayormente ignoradas y de hecho, una nueva fachada oculta el pórtico norte y las salas hispanomusulmanas. Por otro lado, se demolieron la mayor parte de salones mudéjares de Pedro IV y la cúpula de la mezquita, conservada hasta entonces, se destruyó para hacer espacio en la planta superior.
A este respecto, es significativo que el humanista alemán Hieronymus Münzer no mencione ninguna de las estructuras anteriores del palacio en la crónica de su viaje a la península Ibérica, durante el cual llegó a conocer a Isabel y Fernando. De su visita a la Aljafería en 1495, explica que fue originalmente construida por los moros, pero describe tan sólo las salas de los Reyes Católicos.
El nuevo palacio estaba compuesto de tres salas privadas y un área pública organizada a modo de itinerario. La caja de escalera, cubierta por una techumbre mudéjar, da a un corredor que abre al patio y dirige a tres antecámaras al salón del trono. Éste resultó de unir tres de las estancias edificadas por Pedro IV, y su artesonado es probablemente el elemento más destacado de la intervención. Bajo el techo, una galería de arcos permitía a los invitados contemplar los procedimientos reales que tenían lugar en la sala.
Fernando nombró maestro mayor de obras de la Aljafería a Farach Gali, que fue sucedido en 1500 por su hijo Mahoma Gali (Juan Gali tras su conversión), y más tarde por su nieto Felipe Gali. Parece ser que el rey tenía una relación estrecha con los maestros de obras musulmanes de Zaragoza, ya que en sus cartas a sus administradores les llama por su nombre y conoce sus especialidades. Afortunadamente, el contrato para la elaboración del artesonado del salón del trono se ha conservado, por lo que sabemos que el monarca dio instrucciones detalladas sobre la ornamentación, heráldica e inscripciones. Se encargó a Farach Gali, Ybrahem Moferriz y Mahoma Palacio. Éste último, llamado Jerónimo Palacio después de su conversión, era un carpintero al servicio de la reina, por lo que debió trasladarse especialmente a Zaragoza.
El rey católico aumentó el salario de los moros de Zaragoza, que tenían la obligación legal de trabajar en el palacio. Según él mismo, lo hizo “para evitarles agravio”, pero al mismo tiempo animaba a su administrador a castigarles sin necesidad de una autorización oficial si se negaban a trabajar. Después de todo, era una época muy confliciva para las comunidades islámica y hebrea en la península.
En resumen, la actitud de la monarquía cristiana hacia el palacio de la Aljafería se vio condicionada, obviamente, por las cambiantes circunstancias económicas y políticas, pero también por las preferencias personales de cada monarca. Por otro lado, el hecho de que la estructura del palacio taifa se conservase hasta cierto punto a lo largo de la Edad Media es profundamente significativo.
A diferencia de lo ocurrido con la mayoría de edificios andalusíes, la preservaación de la Aljafería permitió a los maestros de obra posteriores el acceso directo a la arquitectura taifa zaragozana a finales de la Edad Media, cosa que fue determinante para el desarrollo de la tradición arquitectónica de la zona. Más allá de la reutilización de material de obra o la transmisión de técnicas constructivas hispanomusulmanas, comportó la adopción de composiciones formales, motivos ornamentales, y en definitiva, de una cultura visual común a todas las comunidades que habitaban la región.
Los diseños del mudéjar aragonés son mucho más primitivos y distintivos que los encontrados en zonas más meridionales. Diferentes esquemas típicos de la arquitectura taifa zaragozana del siglo XI como las redes de estrellas octogonales, los nudos de salomón o la juxtaposición de arcos mixtilíneos que prolongan y entrelazan el trazado por encima de los arcos, se reinterpretaron como elementos esenciales de la ornamentación mudéjar de la zona en los siglos XIV y XV, asumida como parte de una identidad cultural que trascendía cualquier asociación étnica o religiosa.